sábado, 30 de abril de 2011

Despertares

Cuando un sábado comienza con el olor de una desconocida a nuestro lado, los sentidos están en una especie de tono de alerta morboso. Con sutileza miramos el cuerpo de nuestra compañera de noche. Recordamos momentos, repasamos ágilmente cada secuencia de escenas, y valoramos despertarle o no, y con qué fin.

Confirmamos su desnudez casi a la par que la nuestra. Ojeamos la habitación del hotel, así como las prendas de ropa tiradas de cualquier forma y en cualquier sitio. La luz se apodera de la sala porque -por motivos obvios- anoche no tuvimos el detalle de extender las cortinas. La habitación huele a piel, a perfumes poderosos y a vino tinto.

Busco con ansiedad un reloj para situarme, al tiempo que mi acompañante comienza a despertarse. Un ligero contoneo a la altura de su cintura; un estiramiento de sus brazos, que deja descubiertos sus pechos; y unos ojos que comienzan a mostrarse, hacen que pierda mi interés en las manecillas horarias. Me observa en silencio. Sonríe y me habla. No sé qué decía, pero sí qué quería decir. La noche continuaba.