lunes, 23 de julio de 2007

Habitáculo Promiscuo

Susana y Carlos eran (y son) compañeros de trabajo de un edificio inacabable que impide mirar su último piso sin acercarse al mareo. Cuarenta y tres plantas se hacen pesadas incluso con sólo pensarlo. Ambos comenzaban su jornada a las siete y media de la mañana, sin embargo, hasta entonces, nunca habían coincidido ni a la entrada , ni a la salida del ascensor. Éste era robusto, moderno, tranquilizador, no cómo la mayoría de los que ofrecen los hospedajes de la zona centro de Madrid. Ya fuera por alguna visita de última hora al servicio, por una repentina charla con alguno de sus superiores o por una despedida excesivamente sentimental con compañeros de despacho, nunca se habían encontrado en aquel habitáculo de cinco metros cuadrados. Después de dos meses compartiendo trabajo, aún no habían compartido ascensor, y ambos, lo deseaban. Detrás del pasillo central de aquella planta cuarenta y tres había dos filas de mesas, sin apenas separación. Ambos podían cruzar sus miradas cuando Javier abandonaba su puesto. Él era su único obstáculo para encontrarse aunque fuera a cierta distancia. De edades similares y atractivos indudables, empezaban a poner más ahinco para intentar acceder a la par a aquel elevador. Precisamente ayer, gracias a unos pasos más acelerados de lo normal por él y más acortados voluntariamente por ella se produjo por fin la cercanía que posibilitó su entrada conjunta. No sólo fue conjunta, también fue exclusiva. El ascensor estaba cerrándose y ellos sus únicos viandantes. El camino sería corto pero intenso, en torno a medio minuto de viaje. Los dos sentian cierta presión en el pecho y un nerviosismo que reflejaban con la boca abierta. Estaban frente a la salida, con sus miradas en paralelo. Apenas descendieron dos plantas cuando él giró su cabeza para mirarla. Ésta lo sintío y repitió su movimiento. Ella tragó saliva y este detalle le ensalzó haciendo que diera un paso para quedarse ceñido a ella. Estaban en el piso treinta y nueve cuando el ascensor disminuía su velocidad a golpes. Se estaba parando para abrirse inmediatamente. Ambos, paralizados, miraron hacia la entrada para ver como media docena de personas entraban comentando aspectos de una reunión recién celebrada. Entraron avasallando, obligando a que Carlos y Susana retrocedieran hasta apoyarse en la pared trasera. Ahora estaban más pegados que nunca, y más deseosos si cabe. La situación era incluso mejor, una carga de morbo extra gracias a que no estaban solos. Rondando el piso treinta y cinco, Carlos se dejó llevar y plantó la palma de su mano derecha entre las piernas de Susana, algo separadas. Ella inyectó sus ojos de deseo y descubrió su mano izquierda para ayudarle, aumentando la presión y cerrando sus piernas con violencia. El resto de personas del ascensor estaban de espaldas a ellos y charlando, por lo que todo permanecía oculto. Ante la situación, se inició su erección y ella no perdió la ocasión de comprobarlo, palpándole con la otra mano. Él la giró para empotrarla sin apenas ruido contra el lateral mientras comenzaba a lamerla la boca. Apenas quedaban diez plantas y estaban cercanos al orgasmo. El ascensor era de los educados, por lo que anunciaba los pisos con su voz metalizada en múltiplos de cinco. Continuaron comiéndose en la medida que la situación les permitía, hasta que el piso quinto apareció por el altavoz. Entonces suspiraron, impotentes por no poder haberse saciado como merecían. Recuperaron una posición más formal justo antes de que las puertas comenzaran a deslizarse. Él tenía la necesidad de hablar con ella sobre aquello. Balanceó su cabeza y la susurró..." quiero más...". Ésta, giró su cuello y le respondió suavemente... "mañana, misma hora, mismo sitio...prometo ir con falda...". Su conversación terminó. Sus pasos se separaron a la salida, pero ambos sabían que habían tenido placer, mutuo y consentido sin la necesidad de usar palabras.

domingo, 15 de abril de 2007

Amanecer Dulce

Empezó a ganar conciencia en aquel domingo nublado cuando sintió algún roce en su abdomen. Era como húmedo. Quizás era sólo un picor incómodo, pero la reiteración del mismo apuntaba a algo voluntario. Con los ojos aún cerrados acercó su mano para saciar tal sensación y se encontró una mano extendida que hacia círculos en torno a su ombligo. Abrió los ojos y entonces vió a su chico desnudo como se introducía el dedo índice en la boca y después acariciaba su ombligo dejando el rastro de la saliva por todo el vientre.

Ella se excitó en dos segundos y al mirarlo imaginaba cómo sería tenerlo dentro. Ella quería dar un paso más en aquel juego. Le agarró del pelo con violencia para echarle la cabeza hacia detrás y le dijo muy seria, con mirada fija y voz sensual: " Necesito otro fluido sobre mi vientre ". Él la entendió al instante. Se puso de rodillas encerrando entre ellas las piernas de su amante y comenzó a tocarse. En treinta segundos su sexo se puso erecto y ya tenía la base para iniciar la masturbación que ella le había pedido con otras palabras. Mientras, ambos se miraban con tensión y deseo. Ella acariciaba también sus pechos para acompañarle.

Sólo fueron necesarios cinco minutos para que gemiera a la par que expulsaba sobre su vientre el fluído que ella le pidió casi en forma de orden. Ella miraba con placer cada gota derramada sobre su pecho. Cuando dejó de caer su fluido, ella se lo extendió por todo el pecho durante unos instantes mientras él cerraba sus ojos. Ahora estaban ambos saciados y la hora les apremiaba, asi que, inevitablemente tendrían que ducharse juntos...quien sabe si llegarían todavía más tarde de lo previsto.

jueves, 12 de abril de 2007

Mordida de Labios

Esos labios atenazados, empapados con la saliva de su tercer amante del mes estaban más secos de lo normal. Quizás el placer de la última hora dejó exhausta su garganta después de las sucesivas bocanadas de aire introducido por la boca. La nariz no ofrecía suficiente oxígeno. La boca ajena sabía distinto a las anteriores y distinta a todas las conocidas ya que no hay dos labios del mismo sabor. El olor de su piel se antojaba poco varonil, pero sus músculos y sus movimientos reflejaban la masculinidad que ella buscaba hace tiempo. Ella esperaba que fueran los primeros orgasmos de largas y frecuentes sesiones de sexo maduro. Él tenía una leve herida en su labio inferior, consecuencia de un intencionado bocado proporcionado por aquella muchacha de tez empolvada mientras la penetraba por detrás, de pie y en una ducha transformada en sauna. No sentía esa grieta, sólo sentía pinchazos en su miembro después de correrse sobre el tatuaje que adornaba la espalda de la mujer. Los dos pares de labios estaban secos, olían a sexo y querían más.